sábado, 25 de junio de 2016

Estos días

He olvidado almorzar. También, al final del día, recuerdo que no he ido al baño desde la mañana. Cosas como lavarse el pelo o desenredarlo se han convertido en un lujo. Los días durmiendo en el hospital, sobre sillones incómodos, me enseñaron que la preocupación por la higiene puede abandonarse, justo antes de abandonarse a una misma. 

Antes de que mi abuela muriera, comía todos los días a las mismas horas. La cena era mi alimento preferido: era la única vez en el día que podía comer algo caliente. Por ese tiempo la universidad y la falta de dinero me obligaban a alimentarme de fajitas baratas y papas fritas refritas en el mismo aceite por más de cinco veces. De eso no han pasado más de dos semanas, pero veo ese tiempo como un lugar muy lejano que ya se ha ido de mí. 

Después de la muerte de N., mi familia y yo nos sumergimos en ese extraño desorden que sucede el fallecimiento de un miembro del hogar. Y en ese momento, las cosas como alimentarse a horas prudentes, recordar comer o beber, desenredarse el pelo, o bañarse todos los días, eran cosas que no tenían espacio. 

Me alegran cosas estúpidas como buscar ofertas de viajes que de ningún modo podré costear. O buscar departamentos en comunas en las que no podría vivir. Pienso que mi vida podría ser como la de los Sylvanian Families. Me imagino comprando nuevos miembros: castores o conejos. Mi madre podría ser un erizo. Mi hermano un gato. A mi padre lo invitaría algunas veces a tomar té y leche con plátano. Luego, para animarnos, compraría una televisión nueva o un mueble. Esas cosas nos animarían como nos alegraban hace quince años.

Cuando compramos binoculares, hicimos una pequeña fiesta y comimos queso y bebida. Cuando compraron una tele en la casa de mis abuelos también hicieron una fiesta e invitaron a los vecinos. Cuando mis padres se separaron, mi tío se llevó los binoculares para ver un cometa que todavía no vuelve a pasar. Cuando hubo un terremoto, la televisión de mis abuelos se rompió y no la volvimos a usar.

No sé qué otras cosas nos alegran. Quiero ir a la playa, sentir el mar, ver plantas que no hay en Santiago. Siento que encuentro a N. en esa belleza. En el sonido del viento, de las olas, y en las lechugas costinas. Me aferro a las plantas. El resto del día me aferro a los libros: puedo estar acostada, puedo no bañarme, y sin embargo encontrar belleza. Nadie quiere leer conmigo. Le digo a mi abuelo: escucha este cuento. Sólo unas pocas páginas. Le digo a mi madre: viajemos. Sólo unos pocos kilómetros.

A mi madre la encuentro en el arroz. El arroz es parte de esa vida nueva que se aparece entre el desorden post-mortem. N. también cocinaba arroz, pero el de mi madre es distinto. A mi madre la encuentro en el arroz. A mi madre la encuentro en el arroz.

Detesto que digan que entienden mi dolor. Detesto contar la misma noticia una y otra vez. Detesto las palabras que me dicen después: lo siento, no sabía. No es culpa tuya y nadie va a volver. La vida es demasiado difícil sin N. Quiero tatuarme su nombre pero a ella no le gustaría.

Ninguna pena se parece a esto. Mi psicóloga dice que en inglés hay una palabra especial para el dolor del duelo. Ojalá en español existiera y pudiera decir eso y dejaran de molestarme y obligarme a dar pruebas e ir a clases y saludar gente y vestirme normal y bañarme y desenredarme el pelo.

En la vida que tendré que será como la de los Silvanian Families o como la de Polly Pocket, nadie se irá hasta que yo lo diga y no lo diré nunca. Agregaré nuevos miembros para que no nos aburramos. Sólo habrá más gente: menos jamás. 

N., hoy pensamos en ti (como siempre), dormimos, lloramos, tomamos un té que nos recordó a ti (como todo), lloramos, conversamos, reímos pero muy poco, con culpabilidad. Recuerdo tu voz, que es tan bonita, esos quiebres breves y tus manos (que se parecen a las de mi madre) haciendo sopas de letras. Quisiera encontrar algo de ti en mí. 


Me han dicho que me han leído muy triste. Te imagino con un carrito de feria paseando por la luna y otras partes del mundo que querías conocer. Espero que en ese lugar no puedas leerme y enterarte de mi tristeza.  Pero si lo haces, te extraño, te extraño, te extraño, y te encuentro en la playa y en el mar y en las flores y en las plantas y quédate ahí para estar conmigo en esas cosas que no se acaban. 

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